lunes, 21 de diciembre de 2009

¿Puede conciliarse un desarrollo tecnológico sin afectar el medio ambiente?

Cuando se habla de tecnología, generalmente se genera una idea de progreso. Pero en el Perú es doloroso saber que esas de tecnologías sólo se ajustan a países desarrollados. Por ejemplo en China, que al utilizar al maíz como biocombustible, se aumentó el nivel general de precios, y es que China se encuentra en la capacidad económica de hacer frente a una inflación como esa. Llevemos este caso a nuestra realidad y recordemos la inflación que lo azotó tan solo por el alza del costo de la gasolina. Pero China, haciendo frente a esa inflación, que se hace inevitable, colabora a reducir su nivel de contaminación. Y eso nos hace notar que Perú pareciese condenado a la pobreza y a la contaminación.
Hablemos ahora de las empresas privadas en el Perú. Sabemos que las más inofensivas antenas de teléfono son contaminantes, por eso la señora Alida Flores en el distrito de Ate Vitarte pidió el retiro de una antena de teléfono de la compañía Nextel. El TC sacó el fallo a su favor, pero la ADESEP acusó al Estado de ahuyentar la inversión privada. Y si ahondamos en el tema, nos damos cuenta que nuestra legislación es muy flexible con respecto a esos casos. Eso es la globalización.
La globalización no es un aguacero que cae casualmente, es una tormenta incesante que azota países y culturas. Pero no todos la pasan igual. Algunos, los pocos, por su capacidad económica, política y científica, son capaces de refugiarse tras su poderío. Otros, los muchos, son solo meros espectadores cuya única opción es dejarse llevar por los acontecimientos. Esto me recuerda a un ejemplo de Eduardo Galeano, quien dice haber “visto” en un restaurante a un cocinero que reunió a todas las aves y les preguntó “con qué salsa querían ser comidas”. Una humilde gallina le contestó “nosotras no queremos ser comidas de ninguna manera”. El cocinero refutó: “Eso está fuera de la cuestión”. Y eso me pareció interesante porque, en realidad, es una metáfora del mundo en que vivimos. El mundo está organizado de tal manera que sólo tenemos el derecho de elegir la salsa con que seremos comidos.
El progreso humano no es ni automático ni inevitable. El futuro ya está aquí y debemos enfrentar la cruda urgencia del ahora. En este acertijo constante que implica la vida y la historia, la posibilidad de llegar tarde existe. Podemos rogarle al tiempo desesperadamente que detenga su paso, pero el tiempo es sordo a nuestras súplicas y seguirá su curso. Es cuestión nuestra evitar ver sobre montañas de blancas osamentas y desperdicios de múltiples civilizaciones las terribles palabras: Demasiado tarde.
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