lunes, 21 de diciembre de 2009

¿Puede conciliarse un desarrollo tecnológico sin afectar el medio ambiente?

Cuando se habla de tecnología, generalmente se genera una idea de progreso. Pero en el Perú es doloroso saber que esas de tecnologías sólo se ajustan a países desarrollados. Por ejemplo en China, que al utilizar al maíz como biocombustible, se aumentó el nivel general de precios, y es que China se encuentra en la capacidad económica de hacer frente a una inflación como esa. Llevemos este caso a nuestra realidad y recordemos la inflación que lo azotó tan solo por el alza del costo de la gasolina. Pero China, haciendo frente a esa inflación, que se hace inevitable, colabora a reducir su nivel de contaminación. Y eso nos hace notar que Perú pareciese condenado a la pobreza y a la contaminación.
Hablemos ahora de las empresas privadas en el Perú. Sabemos que las más inofensivas antenas de teléfono son contaminantes, por eso la señora Alida Flores en el distrito de Ate Vitarte pidió el retiro de una antena de teléfono de la compañía Nextel. El TC sacó el fallo a su favor, pero la ADESEP acusó al Estado de ahuyentar la inversión privada. Y si ahondamos en el tema, nos damos cuenta que nuestra legislación es muy flexible con respecto a esos casos. Eso es la globalización.
La globalización no es un aguacero que cae casualmente, es una tormenta incesante que azota países y culturas. Pero no todos la pasan igual. Algunos, los pocos, por su capacidad económica, política y científica, son capaces de refugiarse tras su poderío. Otros, los muchos, son solo meros espectadores cuya única opción es dejarse llevar por los acontecimientos. Esto me recuerda a un ejemplo de Eduardo Galeano, quien dice haber “visto” en un restaurante a un cocinero que reunió a todas las aves y les preguntó “con qué salsa querían ser comidas”. Una humilde gallina le contestó “nosotras no queremos ser comidas de ninguna manera”. El cocinero refutó: “Eso está fuera de la cuestión”. Y eso me pareció interesante porque, en realidad, es una metáfora del mundo en que vivimos. El mundo está organizado de tal manera que sólo tenemos el derecho de elegir la salsa con que seremos comidos.
El progreso humano no es ni automático ni inevitable. El futuro ya está aquí y debemos enfrentar la cruda urgencia del ahora. En este acertijo constante que implica la vida y la historia, la posibilidad de llegar tarde existe. Podemos rogarle al tiempo desesperadamente que detenga su paso, pero el tiempo es sordo a nuestras súplicas y seguirá su curso. Es cuestión nuestra evitar ver sobre montañas de blancas osamentas y desperdicios de múltiples civilizaciones las terribles palabras: Demasiado tarde.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Amazonas

Maravillosa canción de Pedro Suárez Vértiz, dirigida a la concientización y cuidado de nuestro medio ambiente.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Las Cinco Dificultades para Decir la Verdad

LAS CINCO DIFICULTADES PARA DECIR LA VERDAD (1934)

Bertolt Brecht



Este texto apareció en el Boletín del Seminario de Derecho Político, nº 29-30 (Salamanca, noviembre de 1963), publicación dirigida por E. Tierno Galván.
El que quiera luchar hoy contra la mentira y la ignorancia y escribir la verdad tendrá que vencer por lo menos cinco dificultades. Tendrá que tener el valor de escribir la verdad aunque se la desfigure por doquier; la inteligencia necesaria para descubrirla; el arte de hacerla manejable como un arma; el discernimiento indispensable para difundirla.
Tales dificultades son enormes para los que escriben bajo el fascismo, pero también para los exiliados y los expulsados, y para los que viven en las democracias burguesas.

1. EL VALOR DE ESCRIBIR LA VERDAD
Para mucha gente es evidente que el escritor deba escribir la verdad; es decir, no debe rechazarla ni ocultarla, ni deformarla. No debe doblegarse ante los poderosos; no debe engañar a los débiles. Pero es difícil resistir a los poderosos y muy provechoso engañar a los débiles. Incurrir en la desgracia ante los poderosos equivale a la renuncia, y renunciar al trabajo es renunciar al salario. Renunciar a la gloria de los poderosos significa frecuentemente renunciar a la gloria en general. Para todo ello se necesita mucho valor.
Cuando impera la represión más feroz gusta hablar de cosas grandes y nobles. Es entonces cuando se necesita valor para hablar de las cosas pequeñas y vulgares, como la alimentación y la vivienda de los obreros. Por doquier aparece la consigna: «No hay pasión más noble que el amor al sacrificio».
En lugar de entonar ditirambos sobre el campesino hay que hablar de máquinas y de abonos que facilitarían el trabajo que se ensalza. Cuando se clama por todas las antenas que el hombre inculto e ignorante es mejor que el hombre cultivado e instruido, hay que tener valor para plantearse el interrogante: ¿Mejor para quién? Cuando se habla de razas perfectas y razas imperfectas, el valor está en decir: ¿Es que el hambre, la ignorancia y la guerra no crean taras?
También se necesita valor para decir la verdad sobre sí mismo cuando se es un vencido. Muchos perseguidos pierden la facultad de reconocer sus errores, la persecución les parece la injusticia suprema; los verdugos persiguen, luego son malos; las víctimas se consideran perseguidas por su bondad. En realidad esa bondad ha sido vencida. Por consiguiente, era una bondad débil e impropia, una bondad incierta, pues no es justo pensar que la bondad implica la debilidad, como la lluvia la humedad. Decir que los buenos fueron vencidos no porque eran buenos sino porque eran débiles requiere cierto valor.
Escribir la verdad es luchar contra la mentira, pero la verdad no debe ser algo general, elevado y ambiguo, pues son estas las brechas por donde se desliza la mentira. El mentiroso se reconoce por su afición a las generalidades, como el hombre verídico por su vocación a las cosas prácticas, reales, tangibles. No se necesita un gran valor para deplorar en general la maldad del mundo y el triunfo de la brutalidad, ni para anunciar con estruendo el triunfo del espíritu en países donde éste es todavía concebible. Muchos se creen apuntados por cañones cuando solamente gemelos de teatro se orientan hacia ellos. Formulan reclamaciones generales en un mundo de amigos inofensivos y reclaman una justicia general por la que no han combatido nunca. También reclaman una libertad general: la de seguir percibiendo su parte habitual del botín. En síntesis sólo admiten una verdad: la que les suena bien.
Pero si la verdad se presenta bajo una forma seca, en cifras y en hechos, y exige ser confirmada, ya no sabrán qué hacer. Tal verdad no les exalta. Del hombre veraz sólo tienen la apariencia. Su gran desgracia es que no conocen la verdad.
2. LA INTELIGENCIA NECESARIA PARA DESCUBRIR LA VERDAD
Tampoco es fácil descubrir la verdad. Por lo menos la que es fecunda. Así, según opinión general, los grandes Estados caen uno tras otro en la barbarie extrema. Y una guerra intestina que se desarrolla implacablemente puede degenerar en cualquier momento en un conflicto generalizado que convertiría nuestro continente en un montón de ruinas. Evidentemente, se trata de verdades. No se puede negar que llueve hacia abajo: numerosos poetas escriben verdades de este género. Son como el pintor que cubría de frescos las paredes de un barco que se estaba hundiendo. El haber resuelto nuestra primera dificultad les procura una cierta dificultad de conciencia. Es cierto que no se dejan engañar por los poderosos, pero ¿escuchan los gritos de los torturados? No; pintan imágenes. Esta actitud absurda les sume en un profundo desconcierto, del que no dejan de sacar provecho; en su lugar otros buscarían las causas. No creáis que sea cosa fácil distinguir sus verdades de las vulgaridades referentes a la lluvia; al principio parecen importantes, pues la operación artística consiste precisamente en dar importancia a algo. Pero mirad la cosa de cerca: os daréis cuenta que no dejan de decir: no se puede impedir que llueva hacia abajo.
También están los que por falta de conocimientos no llegan a la verdad. Y, sin embargo, distinguen las tareas urgentes y no temen a los poderosos ni a la miseria. Pero viven de antiguas supersticiones, de axiomas célebres a veces muy bellos. Para ellos el mundo es demasiado complicado: se contentan con conocer los hechos e ignorar las relaciones que existen entre ellos.
Me permito decir a todos los escritores de esta época confusa y rica en transformaciones que hay que conocer el materialismo dialéctico, la economía y la historia. Tales conocimientos se adquieren en los libros y en la práctica si no falta la necesaria aplicación. Es muy sencillo descubrir fragmentos de verdad, e incluso verdades enteras. El que busca necesita un método, pero se puede encontrar sin método, e incluso sin objeto que buscar. Sin embargo, ciertos procedimientos pueden dificultar la explicación de la verdad: los que la lean serán incapaces de transformar esa verdad en acción. Los escritores que se contentan con acumular pequeños hechos no sirven para hacer manejables las cosas de este mundo. Pues bien, la verdad no tiene otra ambición. Por consiguiente esos escritores no están a la altura de su misión.

3. EL ARTE DE HACER LA VERDAD MANEJABLE COMO ARMA

La verdad debe decirse pensando en sus consecuencias sobre la conducta de los que la reciben.
Hay verdades sin consecuencias prácticas. Por ejemplo, esa opinión tan extendida sobre la barbarie: el fascismo sería debido a una oleada de barbarie que se ha abatido sobre varios países, como una plaga natural. Así, al lado y por encima del capitalismo y del socialismo habría nacido una tercera fuerza: el fascismo. Para mi, el fascismo es una fase histérica del capitalismo, y, por consiguiente, algo muy nuevo y muy viejo. En un país fascista el capitalismo existe solamente como fascismo. Combatirlo es combatir el capitalismo, y bajo su forma más cruda, más insolente, más opresiva, más engañosa.
Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo —que se condena— si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica.
Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo.
Los demócratas burgueses condenan con énfasis los métodos bárbaros de sus vecinos, y sus acusaciones impresionan tanto a sus auditorios que éstos olvidan que tales métodos se practican también en sus propios países.
Ciertos países logran todavía conservar sus formas de propiedad gracias a medios menos violentos que otros. Sin embargo, los monopolios capitalistas originan por doquier condiciones bárbaras en las fábricas, en las minas y en los campos. Pero mientras que las democracias burguesas garantizan a los capitalistas, sin recurso a la violencia, la posesión de los medios de producción, la barbarie se reconoce en que los monopolios sólo pueden ser defendidos por la violencia declarada.
Ciertos países no tienen necesidad, para mantener sus monopolios bárbaros, de destruir la legalidad instituida, ni su confort cultural (filosofía, arte, literatura); de ahí que acepten perfectamente oír a los exiliados alemanes estigmatizar su propio régimen por haber destruido esas comodidades. A sus ojos es un argumento suplementario en favor de la guerra.
¿Puede decirse que respetan la verdad los que gritan: «Guerra sin cuartel a Alemania, que es hoy la verdadera patria del Mal, la oficina del Infierno, el trono del Anticristo»? No. Los que así gritan son tontos, impotentes gentes peligrosas. Sus discursos tienden a la destrucción de un país, de un país entero con todos sus habitantes, pues los gases asfixiantes no perdonan a los inocentes.
Los que ignoran la verdad se expresan de un modo superficial, general e impreciso. Peroran sobre el «alemán», estigmatizan el «mal», y sus auditorios se interrogan: ¿Debemos dejar de ser alemanes? ¿Bastará con que seamos buenos para que el infierno desaparezca? Cuando manejan sus tópicos sobre la barbarie salida de la barbarie resultan impotentes para suscitar la acción. En realidad no se dirigen a nadie. Para terminar con la barbarie se contentan con predicar la mejora de las costumbres mediante el desarrollo de la cultura. Eso equivale a limitarse a aislar algunos eslabones en la cadena de las causas y a considerar como potencias irremediables ciertas fuerzas determinantes, mientras que se dejan en la oscuridad las fuerzas que preparan las catástrofes. Un poco de luz y los verdaderos responsables de las catástrofes aparecen claramente: los hombres. Vivimos una época en que el destino del hombre es el hombre.
El fascismo no es una plaga que tendría su origen en la «naturaleza» del hombre. Por lo demás, es un modo de presentar las catástrofes naturales que restituyen al hombre su dignidad porque se dirigen a su fuerza combativa.
El que quiera describir el fascismo y la guerra —grandes desgracias, pero no calamidades «naturales»— debe hablar un lenguaje práctico: mostrar que esas desgracias son un efecto de la lucha de clases; poseedores de medios de producción contra masas obreras. Para presentar verídicamente un estado de cosas nefasto, mostrad que tiene causas remediables. Cuando se sabe que la desgracia tiene un remedio, es posible combatirla.

4. CÓMO SABER A QUIÉN CONFIAR LA VERDAD
Un hábito secular, propio del comercio de la cosa escrita, hace que el escritor no se ocupe de la difusión de sus obras. Se figura que su editor, u otro intermediario, las distribuye a todo el mundo. Y se dice: yo hablo, y los que quieren entenderme, me entienden. En la realidad, el escritor habla, y los que pueden pagar, le entienden. Sus palabras jamás llegan a todos, y los que las escuchan no quieren entenderlo todo.
Sobre esto se ha dicho ya muchas cosas, pero no las suficientes. Transformar la «acción de escribir a alguien» en «acto de escribir» es algo que me parece grave y nocivo. La verdad no puede ser simplemente escrita; hay que escribirla a alguien. A alguien que sepa utilizarla. Los escritores y los lectores descubren la verdad juntos.
Para ser revelado, el bien sólo necesita ser bien escuchado, pero la verdad debe ser dicha con astucia y comprendida del mismo modo. Para nosotros, escritores, es importante saber a quién la decimos y quién nos la dice; a los que viven en condiciones intolerables debemos decirles la verdad sobre esas condiciones, y esa verdad debe venirnos de ellos. No nos dirijamos solamente a las gentes de un solo sector: hay otros que evolucionan y se hacen susceptibles de entendernos. Hasta los verdugos son accesibles, con tal que comiencen a temer por sus vidas. Los campesinos de Baviera, que se oponían a todo cambio de régimen, se hicieron permeables a las ideas revolucionarias cuando vieron que sus hijos, al volver de una larga guerra, quedaban reducidos al paro forzoso.
La verdad tiene un tono. Nuestro deber es encontrarlo. Ordinariamente se adopta un tono suave y dolorido: «yo soy incapaz de hacer daño a una mosca». Esto tiene la virtud de hundir en la miseria a quien lo escucha. No trataremos como enemigos a quienes emplean este tono, pero no podrán ser nuestros compañeros de lucha. La verdad es de naturaleza guerrera, y no sólo es enemiga de la mentira, sino de los embusteros.

5. PROCEDER CON ASTUCIA PARA DIFUNDIR LA VERDAD
Orgullosos de su valor para escribir la verdad, contentos de haberla descubierto, cansados sin duda de los esfuerzos que supone el hacerla operante, algunos esperan impacientes que sus lectores la disciernan. De ahí que les parezca vano proceder con astucia para difundir la verdad.
Confucio alteró el texto de un viejo almanaque popular cambiando algunas palabras: en lugar de escribir «el maestro Kun hizo matar al filósofo Wan», escribió: «el maestro Kun hizo asesinar al filósofo Wan». En el pasaje donde se hablaba de la muerte del tirano Sundso, «muerto en un atentado», reemplazó la palabra «muerto» por «ejecutado», abriendo la vía a una nueva concepción de la historia.
El que en la actualidad reemplaza «pueblo» por «población», y «tierra» por «propiedad rural», se niega ya a acreditar algunas mentiras, privando a algunas palabras de su magia. La palabra «pueblo» implica una unidad fundada en intereses comunes; sólo habría que emplearla en plural, puesto que únicamente existen «intereses comunes» entre varios pueblos. La «población» de una misma región tiene intereses diversos e incluso antagónicos. Esta verdad no debe ser olvidada. Del mismo modo, el que dice «la tierra», personificando sus encantos, extasiándose ante su perfume y su colorido, favorece las mentiras de la clase dominante. Al fin y al cabo, ¡qué importa la fecundidad de la tierra, el amor del hombre por ella y su infatigable ardor al trabajarla!: lo que importa es el precio del trigo y el precio del trabajo. El que saca provecho de la tierra no es nunca el que recoge el trigo, y «el gesto augusto del sembrador» no se cotiza en Bolsa. El término justo es «propiedad rural».
Cuando reina la opresión, no hablemos de «disciplina», sino de «sumisión» pues la disciplina excluye la existencia de una clase dominante. Del mismo modo, el vocablo «dignidad» vale más que la palabra «honor», pues tiene más en cuenta al hombre. Todos sabemos qué clase de gente se precipita para tener la ventaja de defender el «honor» de un pueblo, y con qué liberalidad los ricos distribuyen el «honor» a los que trabajan para enriquecerlos.
La astucia de Confucio es utilizable también en nuestros días. También la de Tomás Moro. Este último describió un país utópico idéntico a la Inglaterra de aquella época, pero en el que las injusticias se presentaban como costumbres admitidas por todo el mundo.
Cuando Lenin, perseguido por la policía del Zar, quiso dar una idea de la explotación de Sajalín por la burguesía rusa, sustituyó Rusia por el Japón y Sajalín por Corea. La identidad de las dos burguesías era evidente, pero como Rusia estaba en guerra con el Japón la censura dejó pasar el trabajo de Lenin.
Hay una infinidad de astucias posibles para engañar a un Estado receloso. Voltaire luchó contra las supersticiones religiosas de su tiempo escribiendo la historia galante de «La Doncella de Orleans»: describiendo en un bello estilo aventuras galantes sacadas de la vida de los grandes. Voltaire llevó a éstos a abandonar la religión (que hasta entonces tenían por caución de su vida disoluta). De repente se hicieron los propagadores celosos de las obras de Voltaire y ridiculizaron a la policía que defendía sus privilegios. La actitud de los grandes permitió la difusión ilícita de las ideas del escritor entre el público burgués, hacia el que precisamente apuntaba Voltaire.
Decía Lucrecio que contaba con la belleza de sus versos para la propagación de su ateísmo epicúreo. Las virtudes literarias de una obra pueden favorecer su difusión clandestina. Pero hay que reconocer que a veces suscitan múltiples sospechas. De ahí la necesidad de descuidarlas deliberadamente en ciertas ocasiones. Tal sería el caso, por ejemplo, si se introdujera en una novela policíaca —género literario desacreditado— la descripción de condiciones sociales intolerables. A mi modo de ver, esto justificaría completamente la novela policíaca.
En la obra de Shakespeare se puede encontrar un modelo de verdad propagada por la astucia: el discurso de Antonio ante el cadáver de César. Afirmando constantemente la respetabilidad de Bruto, cuenta su crimen, y la pintura que hace de él es mucho más aleccionadora que la del criminal. Dejándose dominar por los hechos, Antonio saca de ellos su fuerza de convicción mucho más que de su propio juicio.
Jonathan Swift propuso en un panfleto que los niños de los pobres fueran puestos a la venta en las carnicerías para que reinara la abundancia en el país. Después de efectuar cálculos minuciosos, el célebre escritor probó que se podrían realizar economías importantes llevando la lógica hasta el fin. Swift jugaba al monstruo. Defendía con pasión absolutista algo que odiaba. Era una manera de denunciar la ignominia. Cualquiera podía encontrar una solución más sensata que la suya, o al menos más humana; sobre todo, aquellos que no habían comprendido a dónde conducía este tipo de razonamiento.
Militar a favor del pensamiento, sea cual fuere la forma que éste adopte, sirve la causa de los oprimidos. En efecto, los gobernantes al servicio de los explotadores consideran el pensamiento como algo despreciable. Para ellos lo que es útil para los pobres es pobre. La obsesión que estos últimos tienen por comer, por satisfacer su hambre, es baja. Es bajo menospreciar los honores militares cuando se goza de este favor inestimable: batirse por un país cuando se muere de hambre. Es bajo dudar de un jefe que os conduce a la desgracia. El horror al trabajo que no alimenta al que lo efectúa es asimismo una cosa baja, y baja también la protesta contra la locura que se impone y la indiferencia por una familia que no aporta nada. Se suele tratar a los hambrientos como gentes voraces y sin ideal, de cobardes a los que no tienen confianza en sus opresores, de derrotistas a los que no creen en la fuerza, de vagos a los que pretenden ser pagados por trabajar, etc. Bajo semejante régimen, pensar es una actividad sospechosa y desacreditada. ¿Dónde ir para aprender a pensar? A todos los lugares donde impera la represión.
Sin embargo, el pensamiento triunfa todavía en ciertos dominios en que resulta indispensable para la dictadura. En el arte de la guerra, por ejemplo, y en la utilización de las técnicas. Resulta indispensable pensar para remediar, mediante la invención de tejidos «ersatz», la penuria de lana. Para explicar la mala calidad de los productos alimenticios o la militarización de la juventud no es posible renunciar al pensamiento. Pero recurriendo a la astucia se puede evitar el elogio de la guerra, al que nos incitan los nuevos maestros del pensamiento. Así, la cuestión ¿cómo orientar la guerra? lleva a la pregunta: ¿vale la pena hacer la guerra? Lo que equivale a preguntar: ¿cómo evitar la guerra inútil? Evidentemente, no es fácil plantear esta cuestión en público hoy. Pero ¿quiere decir esto que haya que renunciar a dar eficacia a la verdad? Evidentemente no.
Si en nuestra época es posible que un sistema de opresión permita a una minoría explotar a la mayoría, la razón reside en una cierta complicidad de la población, complicidad que se extiende a todos los dominios. Una complicidad análoga, pero orientada en sentido contrario, puede arruinar el sistema. Por ejemplo, los descubrimientos biológicos de Darwin eran susceptibles de poner en peligro todo el sistema, pero solamente la Iglesia se inquietó. La policía no veía en ello nada nocivo. Los últimos descubrimientos físicos implican consecuencias de orden filosófico que podrían poner en tela de juicio los dogmas irracionales que utiliza la opresión. Las investigaciones de Hegel en el dominio de la lógica facilitaron a los clásicos de la revolución proletaria, Marx y Lenin, métodos de un valor inestimable. Las ciencias son solidarias entre sí, pero su desarrollo es desigual según los dominios; el Estado es incapaz de controlarlos todos. Así, los pioneros de la verdad pueden encontrar terrenos de investigación relativamente poco vigilados. Lo importante es enseñar el buen método, que exige que se interrogue a toda cosa a propósito de sus caracteres transitorios y variables. Los dirigentes odian las transformaciones: desearían que todo permaneciese inmóvil, a ser posible durante un milenio: que la Luna se detuviese y el Sol interrumpiese su carrera. Entonces nadie tendría hambre ni reclamaría alimentos. Nadie respondería cuando ellos abriesen fuego; su salva sería necesariamente la última.
Subrayar el carácter transitorio de las cosas equivale a ayudar a los oprimidos. No olvidemos jamás recordar al vencedor que toda situación contiene una contradicción susceptible de tomar vastas proporciones. Semejante méto­do —la dialéctica, ciencia del movimiento de las cosas— puede ser aplicado al examen de materias como la Biología y la Química, que escapan al control de los poderosos, pero nada impide que se aplique al estudio de la familia; no se corre el riesgo de suscitar la atención. Cada cosa depende de una infinidad de otras que cambian sin cesar; esta verdad es peligrosa para las dictaduras. Pues bien, hay mil maneras de utilizarla en las mismas narices de la policía. Los gobernantes que conducen a los hombres a la miseria quieren evitar a todo precio que, en la miseria, se piense en el Gobierno. De ahí que hablen de Destino. Es al Destino, y no al Gobierno, al que atribuyen la responsabilidad de las deficiencias del régimen. Y si alguien pretende llegar a las causas de estas insuficiencias, se le detiene antes de que llegue al Gobierno.
Pero en general es posible reclinar los lugares comunes sobre el Destino y demostrar que el hombre se forja su propio destino. Ahí tenéis el ejemplo de esa granja islandesa sobre la que pesaba una maldición. La mujer se había arrojado al agua, el hombre se había ahorcado. Un día, el hijo se casó con una joven que aportaba como dote algunas hectáreas de tierra. De golpe, se acabó la maldición. En la aldea se interpretó el acontecimiento de diversos modos. Unos lo atribuyeron al natural alegre de la joven; otros a la dote, que permitía, al fin, a los propietarios de la granja comenzar sobre nuevas bases. Incluso un poeta que describe un paisaje puede servir a la causa de los oprimidos si incluye en la descripción algún detalle relacionado con el trabajo de los hombres. En resumen: importa emplear la astucia para difundir la verdad.
CONCLUSIÓN
La gran verdad de nuestra época —conocerla no es todo, pero ignorarla equivale a impedir el descubrimiento de cualquier otra verdad importante— es ésta: nuestro Continente se hunde en la barbarie porque la propiedad privada de los medios de producción se mantiene por la violencia. ¿De qué sirve escribir valientemente que nos hundimos en la barbarie si no se dice claramente por qué? Los que torturan lo hacen por conservar la propiedad privada de los medios de producción. Ciertamente, esta afirmación nos hará perder muchos amigos: todos los que, estigmatizando la tortura, creen que no es indispensable para el mantenimiento de las formas actuales de propiedad.
Digamos la verdad sobre las condiciones bárbaras que reinan en nuestro país; así será posible suprimirlas, es decir, cambiar las actuales relaciones de producción. Digámoslo a los que sufren del statu quo y que, por consiguiente, tienen más interés en que se modifique: a los trabajadores, a los aliados posibles de la clase obrera, a los que colaboran en este estado de cosas sin poseer los medios de producción. ¾


«Se precisan niños para amanecer»
-Daniel Viglietti-


«(...) quizá la Ética sea una ciencia que ha desaparecido del mundo entero.
No importa, tendremos que inventarla otra vez
Jorge Luis Borges ( Diálogos - Seix Barral - Barcelona - 1992- pg. 26 )»



sábado, 15 de agosto de 2009

LA TIERRA, NUESTRO HOGAR

La temperatura de la Tierra aumenta sin cesar – se espera que aumente hasta 4ºC al 2100-, afectando de manera irreversible el medio ambiente. El 20% de la humanidad consume, al día de hoy, más del 80% de los recursos del planeta. 5000 personas mueren diariamente a causa del agua insalubre. Mil millones de personas no tienen acceso al agua potable. Mil millones de personas sufren de hambre. El 40 % de las tierras cultivables están degradadas… Todo parece perdido.
Se necesitaron millones de años para alcanzar el equilibrio del que gozaba la Tierra hasta hace algunos milenios, millones que lograron que absolutamente todo en nuestro planeta esté “vinculado”, así hasta la desaparición de la más ínfima especie afectaría al ecosistema mundial. Es mediante este proceso que aparecen los primeros homínidos, evolucionando hasta llegar al actual “homo sapiens”: “El hombre que piensa”. Hace solo 200000 años que existimos y hemos sido capaces de romper éste vínculo, capaces de romper el sagrado equilibrio del que gozaba la Tierra. Y parece irónico llamarnos “homo sapiens”: “los hombres que piensan”.
La historia de este quiebre inicia, si bien es cierto que con el hombre, verdadera y paradójicamente con la agricultura, el mayor logro alcanzado por el hombre durante la prehistoria. Fue con la aparición de la agricultura que aparecieron los excedentes de producción y con éste el incremento de la codicia y el egoísmo que no se había visto antes, durante el comunismo primitivo. Así, la historia supo demostrar la certeza de lo que supo formular escueta e irónicamente Elías Canetti: “El progreso tiene sus desventajas; de vez en cuando hace explosión”.
Fueron ese egoísmo y ansias de poder los que empujaron al hombre a desarrollarse cada vez más, logrando someter hasta a la misma naturaleza. Y aunque ese desarrollo y sometimiento brindan el confort del que goza solo una parte de la población mundial, pero al parecer es la única que cuenta, la naturaleza ha sido brutalmente maltratada en ese proceso. El 80% de la energía que consumimos proviene de combustibles fósiles. Los cuales se obtienen mediante la excavación; generalmente, en lugares donde abundan los bosques, necesarios para retener el CO2 y convertirlo en oxígeno, además de proteger al suelo de la erosión; lo que hace necesario su desaparición. Pero además, en el proceso de extracción, suele gastarse enormes cantidades de energía y agua. Además, su uso significa un perjuicio para la atmósfera, pues con la combustión del petróleo, se libera enormes cantidades de dióxido de carbono.
Hasta nuestra agricultura se ha convertido en una agricultura petrolera, y aunque nos ha permitido alimentar a un número tres veces mayor de seres humanos en el planeta, ha reemplazado la diversidad por la estandarización. Por ejemplo, en Borneo se sacrificó su gran biodiversidad de plantas para cultivar la palma, a fin de producir enormes cantidades de aceite de palma, el cual es el más consumido y utilizado en el mundo, pero se generó una estandarización, una pobreza de suelo y contaminación a causa del asentamiento de diversas industrias.
Todo esto nos ha brindado un confort inesperado, pero hace que nuestro modelo de vida sea completamente dependiente de la producción del petróleo. El planeta entero escucha el murmullo de las máquinas, que arrulla nuestras esperanzas e ilusiones. Proliferan con nuestras necesidades, con nuestros deseos siempre insaciables y con nuestros desperdicios. Sabemos que el fin de este petróleo barato se acerca, pero pareciese que nos negamos a creerlo.
Pero la pobreza aumenta, y es un hecho que los países más ricos en biodiversidad son los que están más sumidos en la pobreza. Se calcula que la mitad de la riqueza mundial está en manos del 2% de los más ricos. Así 1 de cada 6 personas viven en condiciones precarias, el hambre aumenta y casi mil millones de personas son víctimas de ella. Mientras nosotros seguimos excavando las pocas reservas que quedan y estamos en busca de otros territorios que depredar. Mientras miles de personas viven en los basureros para poder sobrevivir, nosotros gastamos más del 50% de los cereales como alimento para animales y agrocombustibles; mientras muchas madres en el mundo tienen que soportar el ver llorar a sus hijos de hambre porque no tienen una sola moneda en los bolsillos, los gastos militares mundiales son 12 veces más altos que la ayuda para el desarrollo.
El uso excesivo de petróleo y su consecuente emisión de gases de efecto invernadero es el problema fundamental de la población mundial. E stemos en donde estemos nuestras acciones tienen repercusiones en toda la Tierra. Así otros y no nosotros pagan lo que hacemos, sin ser ellos responsables. Cómo podrá este siglo soportar el peso de 9 mil millones de personas si nosotros no aceptamos de una vez por todas hacer un balance de todo aquello de lo que somos los únicos responsables. A la humanidad le queda solo diez años para invertir la tendencia y evitar pasar a la frontera de esa tierra desconocida en que se convertiría la nuestra. Cuántos hombres, mujeres y niños dejaremos a las orillas de los caminos mañana, ¿Siempre es preciso construir muros para romper las cadenas de las solidaridades humanas para separar a hombres de otros hombres y la felicidad de unos de la desgracia de otros?
El 80% de los niños del mundo van a la escuela, es preciso este nivel de educación para romper los muros que dividen a las sociedades y unirnos para hacer frente a la injusticia, la pobreza y la destrucción, que origina el cambio climático. Cada cual puede actuar, desde el más pobre hasta el más rico. Sigamos el ejemplo de muchas naciones que han preferido la educación de su población, el cuidado de su medio ambiente, la investigación, etc. Es el caso de Costa Rica, por ejemplo, que ya no tiene ejército porque es consciente de que en los tiempos actuales la humanidad debe preocuparse solo de la unión y cooperación, no del desorden y caos que generan las armas. Es el caso también de Korea del Sur, de Cabón, de Dinamarca, de Islandia, de Suecia, de Alemania, Nueva Zelanda y de millones de ONGs, que demuestran que la solidaridad de los pueblos es más fuerte que el egoísmo de las naciones.
Hay sellos que garantizan la buena explotación de los bosques, hay tratados que obligan a los países a disminuir su emisión de gases contaminantes, hay leyes que amplían y protegen el área de las zonas protegidas, de las cuales ahora dependemos. Entre productores y consumidores, la justicia es una suerte para todos, cuando el comercio es equitativo y beneficia tanto al vendedor como al comprador, cada cual puede hacer prosperar su trabajo y vivir de él dignamente; pero qué justicia y qué equidad puede establecerse entre los que tienen sus manos como herramientas y los que tienen sus máquinas y reciben subsidios de sus gobiernos. Seamos consumidores responsables, pensemos en lo que compramos.
Sabemos muy bien que hoy día hay soluciones. La humanidad es capaz de sobrevivir con una agricultura y pesca adecuadas, puede suplantar su demanda de petróleo con el uso de energías renovables, como la solar, que es capaz de brindar en una hora y media lo que la humanidad consume en todo un año. Somos “homo sapiens”: “los hombres que piensan”, demostrémoslo. Todos tenemos el poder de cambiar…qué esperamos. Cuidemos el planeta Tierra; pues, al fin y al cabo, es nuestro HOGAR.

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